Qué es el ego de una persona y cómo se manifiesta

Cuando hablamos del ego en el día a día, solemos asociarlo con orgullo, arrogancia o exceso de autoestima. Sin embargo, desde la psicología, el concepto de ego tiene un sentido más amplio y profundo. El ego no es algo «malo» que hay que eliminar, sino de un conjunto de repertorios de conducta y de reglas verbales que organizan nuestra interacción con el entorno y ayuda a construir la identidad, a relacionarnos con los demás y a protegernos emocionalmente.

En términos funcionales, el ego es el resultado de contingencias de aprendizaje que nos permiten definirnos y actuar en coherencia con nuestra historia. Cuando estas conductas están en equilibrio, cumplen funciones adaptativas; cuando se rigidizan, pueden interferir en nuestro bienestar y en nuestras relaciones. El objetivo no es rechazarlo, sino entenderlo para vivir con más equilibrio y conciencia.

 

Cómo definimos el ego en psicología

Sigmund Freud fue uno de los primeros en conceptualizar el ego como una instancia psíquica que actúa entre el ello (instintos) y el superyó (normas y valores), gestionando los conflictos entre ambos para que podamos funcionar en sociedad.

En enfoques más contemporáneos, como la psicología humanista o la terapia cognitivo-conductual, el ego se entiende como la imagen que tenemos de nosotros mismos: cómo nos percibimos, cómo queremos ser vistos y cómo actuamos para proteger esa identidad.

En lugar de verlo como una “entidad psíquica”, el análisis funcional entiende el ego como un conjunto de respuestas verbales y no verbales que conforman la autopercepción (“yo soy…”, “yo no soy…”), las expectativas de los demás y las reglas que guían la conducta.

En otras palabras, el ego es el nombre que damos a un repertorio aprendido que organiza nuestra conducta y nuestra identidad dentro de un contexto social y, el cual, puede volverse rígido o disfuncional cuando domina nuestra forma de pensar, sentir o actuar.

 

¿Para qué sirve el ego?

Aunque a menudo se hable del ego en términos negativos, estas conductas cumplen funciones adaptativas clave:

  • Construir una identidad: Nos permite reconocernos como personas separadas, con gustos, ideas y límites propios.
  • Tomar decisiones coherentes: Al integrar experiencias pasadas y valores personales, el ego guía nuestras elecciones.
  • Protegernos emocionalmente: Actúa como un filtro que evita que ciertas situaciones nos desborden.
  • Relacionarnos con el entorno: Nos da herramientas para interactuar con los demás, defender nuestras opiniones o poner límites.

El ego nos permite adaptarnos con flexibilidad a diferentes situaciones sin perder nuestra esencia. El problema aparece cuando estos repertorios se vuelven rígidos o excesivos y bloquean el contacto con la experiencia presente o nos vuelve inflexibles.

 

Señales de que el ego está desajustado

Cuando las conductas asociadas al ego se rigidizan, actúan de manera sutil, influyendo en nuestras decisiones, relaciones y estado emocional sin que nos demos cuenta. Algunos patrones comunes son:

 

Necesidad constante de aprobación

Si necesitas que te elogien, te validen o te den la razón para sentirte bien contigo mismo/a, es probable que tu autoestima esté condicionada por cómo te ven los demás, en una búsqueda constante de refuerzo social.

Este tipo de ego busca constantemente agradar o impresionar, pero nunca se siente satisfecho, porque la aprobación externa es pasajera e inestable.

 

Resistencia al cambio y a aceptar críticas

Conductas defensivas ante feedback, percibiéndolo como amenaza a la identidad. Aceptar una crítica no significa que seas menos, sino que tienes la capacidad de mejorar y crecer.

 

Comparaciones, celos o superioridad

Reglas verbales de “yo debería ser como…” o “yo valgo más/menos que…”, que mantienen ciclos de insatisfacción.

Estas conductas no son “malas” en sí mismas; simplemente es una manera de protegese, aunque a costa de reducir flexibilidad y bienestar. Cuando estas conductas se repiten, es una invitación a revisar qué parte de tu identidad necesita ser sostenida desde dentro, no desde la comparación.

 

Ejemplos reales del ego en acción

Cuando las conductas asociadas al ego se rigidizan, su función deja de ser protectora y se convierte en un obstáculo. A veces no lo reconocemos porque lo disfrazamos de lógica, protección o incluso seguridad personal. Algunos ejemplos de patrones comunes son:

  • Rechazar una disculpa sincera porque “yo no soy el que tiene que ceder”. Conductas defensivas reforzadas por la sensación de superioridad o evitar la sensación de vulnerabilidad.
  • Sentirte incómodo si otra persona destaca más que tú, aunque sea merecido. Patrón de dependencia de elogios y aprobación para mantener la autoestima (conducta gobernada por refuerzos sociales inestables), parecida a la anterior.
  • Justificar siempre tus errores sin admitirlos, para no parecer vulnerable o equivocarte. Regla verbal que evita contacto con la culpa y mantiene una imagen invulnerable.
  • Buscar aprobación en redes sociales o en el trabajo, aunque por dentro sientas inseguridad. Necesidad de refuerzos sociales constantes para sostener una imagen.
  • No pedir ayuda cuando lo necesitas, por miedo a parecer incapaz, priorizando la apariencia de control, incluso si eso te aleja de una solución.

Estos comportamientos no te hacen una mala persona, solo reflejan una parte de ti que está tratando de protegerse, aunque lo haga de manera poco adaptativa, a costa de reducir flexibilidad, bienestar y se limite la efectividad a largo plazo.

 

Cómo equilibrar el ego y favorecer una autoestima saludable

El objetivo no es eliminar el ego, sino ponerlo en su lugar justo: al servicio de una identidad sana y flexible. Un ego equilibrado te permite sentirte válido sin necesidad de sobresalir, reconocer tus errores sin hundirte y vincularte con los demás desde la autenticidad, no desde la comparación. Dicho de manera más precisa, se trataría de flexibilizar y aumentar los repertorios para que sirvan al bienestar en vez de intentar controlarlo todo. Algunas estrategias útiles:

  • Escúchate sin juicio: Observa tus reacciones con curiosidad. Pregúntate: “¿Desde dónde estoy actuando? ¿Qué necesito realmente?”.
  • Trabaja tu autoconocimiento: identificar reglas verbales que guían tus conductas (“tengo que parecer fuerte”, “necesito ser aprobado”) y cuestionar su utilidad.
  • Acepta la crítica como oportunidad: Ver el feedback como aprendizaje te libera de la necesidad de tener siempre la razón mediante una exposición graduada a dicho feedback sin emitir conductas de evitación como justificarse, cambiar de tema o rebatir.
  • Practica la humildad consciente como conducta alternativa al control y la defensa. No es lo mismo minimizarse que reconocer que no lo sabemos todo. La humildad construye relaciones más sanas.
  • Refuerza una autoestima sólida: construir repertorios de autovaloración que no dependan del refuerzo social inmediato.

Construir una autoestima diversa y flexible no es ignorar al ego, sino entenderlo y aprender a vivir con él sin que te limite.

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